A Viva Voz
sobre
Insiste en mí la gana,
de Adela Busquet
Poesía como una ofrenda. Poesía que
de su corazón hará una lengua para el otro, que prevalezca sobre el
desasosiego.
Una lengua que es látigo y ternura,
en cuanto asume que sólo permanece lo que se da y que el lugar más seguro es la
incertidumbre. Entonces elige el desafío de resistir hasta perderse en lo que
no entiende; así como resiste la palabra, su ser invisible, su escurridizo ser.
Palabra, “que dice lo que dice, y
además más, y otra cosa” – como quería Alejandra Pizarnik. He aquí una poeta
que la empuña, contra una lengua que se vuelve loca, que se desnuda del
lenguaje, que lo desarticula. Que hace equilibrio en la cuerda tensa y
retorcida de lo que dice. Y de lo que no.
Contorsionista de la sintaxis, le
pone el cuerpo a lo desvalido, interpela a los hombres que no arden.
Y cuando pide, ofrece. Y si no duda
en el amor, duda en el odio. Sabe que es vano al fin. Su escritura sólo se
sacia de lo que entrega.
Se sienta debajo del poema y
conversa con la otra que lo escribe.
Empecinadamente, escribe, hasta que
cae hacia lo huérfano, lo pequeño, lo que será preservado por la naturaleza
misma del poema.
De lo que muere, se enamora, de lo
que falta. Porque allí crece una herida que es fecunda.
Apoya la espalda sobre el peso de lo
que escucha y carga su propia voz desde la boca de los otros.
Se despelleja, se desalma, para
comerse el hambre que para qué. Un hambre que a ellos no los toque.
Tal, la poesía que insiste: -venga a
mí todo lo que he rodeado con mis versos. Lo que nace y acaba y vuelve a
florecer. Esta palabra que confronta al lenguaje. Esta palabra que me muere,
mientras mi voz, mi amorosa voz, mi loca voz, pervive.
Inés Manzano
“tomen la belleza y
denle hijos”